miércoles, 15 de junio de 2016

El Bailío

Nuestro paseo de hoy no va a transcurrir por callejas de la zona de la Judería. Hoy nos vamos a pasear por el centro de la ciudad, concretamente nos vamos a la Cuesta del Bailío.
Esta calle empinada se encuentra entre la calle Alfaros y la calle Carbonell y Morand  y antiguamente fue una vía de comunicación entre la ciudad alta (Medina) y la ciudad baja (Axerquía).


Subiendo la cuesta desde la calle Alfaros podemos observar que en  los escalones, lucen fantásticos dibujos hechos de "chino cordobés", un estilo de pavimentado que es típico de esta ciudad. Conforme vamos subiendo la cuesta, a nuestra derecha,  nos llama la atención las impresionantes bouganvillas que en pleno mes de Mayo lucen en todo su esplendor y le dan el toque de color a los muros laterales que lucen blancos y radiantes.
Al final de la cuesta,  y ya en la calle Carbonell y Morand, nos encontramos con dos cosas: una preciosa fuente que bien puede servir al paseante para refrescarse después de haber subido tantos escalones y con la Casa del Bailío, una casa que perteneció a la familia Fernández de Córdoba y que desde el día 1 de Febrero de 1982 se considera Bien de Interés Cultural.
El origen de la Casa se remonta al reparto que el rey Fernando III hizo después de la expulsión de los musulmanes de la ciudad de Qurtuba, recayendo la propiedad de la misma en la familia Fernández de Córdoba, Señores de Aguilar, de ahí el nombre de la Casa y de la Cuesta.
Actualmente la Casa del Bailío se encuentra dividida entre la Biblioteca Viva de Al-Andalus y el lujoso hotel de 5 estrellas Hospes Palacio del Bailío propiedad de la famosa Alicia  Koplowitz.

viernes, 10 de junio de 2016

Calleja de La Hoguera


Si hace un par de semanas paseábamos por la Calleja del Pañuelo, ahora es el turno de  pasear por otra calleja con encanto llamada la Calleja de La Hoguera.
Al igual que la del Pañuelo, ésta se encuentra en la zona de la Mezquita Catedral, en pleno barrio de La Judería,   y os cuento por qué para mí tiene ese encanto que antes he comentado.
Nada más acceder a la calleja el paseante se encuentra con un lugar blanco y encalado, muy acogedor, y conforme la va recorriendo (y ahí está el encanto) llega un momento hacia la mitad de la calle en que se topa con un arco sobre el cual hay construido un pequeño alminar,  seguramente de alguna antigua mezquita más pequeña y que aún se conserva en perfecto estado.





El poeta cordobés Ricardo Molina escribió hace más de 40 años que esta "calleja con sabor a viejo patio es uno de los lugares más íntimos y secretos de la ciudad"

Si queréis saber más sobre este tesoro de calle, os adjunto un extracto del Paseo número 13 del libro Paseos por Córdoba, del escritor cordobés Teodomiro Ramírez de Arellano:

El arco acoge al viajero en un breve abrazo de intimidad y penumbra, cubierto con artesonado de madera, como el zaguán de una casa, que dura cinco pasos, y enseguida otro arco devuelve a la angosta calle abierta al cielo, que recobra la cegadora claridad de la cal. Aquí es donde surge, a la izquierda, una portadita con moldurado arco de herradura, y junto a ella un rótulo –"Mezquita de los Andaluces / Universidad Islámica Internacional Averroes de al-Andalus"– escrito en árabe y en castellano. ¿Estamos en Córdoba o acaso en un barrio de Fez? La herencia o la añoranza árabes palpitan en algunos resquicios urbanos.
Enseguida se repite el abrazo de otro tramo cubierto, que ahora abre y cierra mediante arcos rebajados, entre los que se proyecta una blanca bóveda de arista. Las casas de la izquierda se asoman tímidamente a la calleja a través de ventanitas protegidas por rejas y celosías, mientras que las de la acera derecha, más abiertas, invaden el angosto espacio con altas ventanas salientes. Un breve porche con vigas, soportado por una erosionada columna revestida de ocre, adentra al viajero en una placita de no más de cuarenta metros cuadrados, que parece el patinillo de una casa particular, hasta el punto de que algunos turistas dudan entre pedir permiso para entrar o volverse, temerosos de haber allanado una propiedad privada. Pero la entrada es libre.
Dos viejos naranjos, que inclinan reverenciosamente sus ramas, sombrean el patinillo, empedrado y con un perímetro de losas de granito. A un lado se repite otra puerta con arquito de herradura, y al otro surgen dos ventanas salientes sobre un zócalo amarillento. No es nada extraño confundir este recoleto espacio con un patio particular, pues en su origen pudo serlo de la casa interpuesta entre dos calles angostas, la de Quero por el lado de Céspedes y la de la Hoguera por el de Deanes. Antes de volver la esquina conviene mirar atrás para contemplar el juego sugerente de luces y perspectivas que regala la calleja.
A la izquierda del patinillo se abre el blanco túnel que desemboca en la primitiva placita de la Hoguera, ahora rebautizada con el nombre del pintor Miguel del Moral –el desproporcionado tamaño del rótulo heriría su sensibilidad–, quien desde 1962 hasta su sentida muerte, en 1998, tuvo su privilegiado estudio en la casita que hace esquina, que se asoma a ambos lados a través de una galería cubierta. “Lo más sugestivo de estas callejas es el misterio; por ellas me figuro a don Luis de Góngora cuando el barrio de la Catedral era puro silencio”, me confesó el artista una lejana mañana de primavera. “Soy de D. Lvis de Góngora” dice en una columna prendida en la esquina.
Allí sigue la casa como una reliquia sin latido, añorando la presencia de aquel pintor de sensibilidad renacentista que cuando se acercaba la hora del ángelus llamaba a su amigo el poeta Pablo García Baena para que escuchase por teléfono las campanas de la Catedral, que aquí resuenan con vibrante sonoridad.